Eterna Cadencia
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La vida no es útil
Ailton Krenak, filósofo, chamán indígena y una de las voces más reveladoras del pensamiento latinoamericano contemporáneo, sostiene que despertar del coma de la modernidad es despertar a la posibilidad de volver a sumergirse en el sentido cósmico de la vida. A través del proyecto occidental moderno, hemos masacrado la Tierra, la hemos desgarrado, la hemos arrasado, y con ella, a nosotros mismos. Recuperar el sentido cósmico de la vida es recordar que la vida se mueve a través de todo piedras, montañas, ríos, plantas, animales, insectos, antepasados y que la vida es atravesar el organismo vivo del planeta a escala inmaterial. La vida no consiste en lo que somos capaces de planificar y organizar en un calendario, tampoco en trabajar lo suficiente para poder descansar, ni en convertirse en una persona realizada con una educación certificada y un gran salario. La vida, para Ailton, es sostener el tejido que conecta a los seres visibles e invisibles de este cosmos. Un tejido violentado desde hace demasiado tiempo y que nos demanda, de forma urgente, que nos involucremos; porque la vida es trascendencia y no puede hacerse útil dentro de la lógica utilitaria de la habitabilidad colonial del planeta.
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Así en la tierra como debajo de la tierra
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222 patitos y otros cuentos
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Animalia
El deseo frustrado de tener una mascota suele ser una situación recurrente en los recuerdos de infancia. El caso de la narradora de estos relatos no es la excepción. En alianza con su hermana, no perdían oportunidad para reclamar la compañía de cualquier ser que fuera de otra especie, pero la respuesta materna era siempre negativa. La imposibilidad suele ser un disparador del ingenio y así esta niña compartió su niñez con animales literarios, insectos y hasta crio gusanos de seda. El tiempo de la revancha no tardó en llegar. Si bien en cuanto se mudó de la casa de sus padres la protagonista prefirió ser ella sola, enseguida pasó a vivir con otros seres, en especial felinos, abriéndose así una etapa de convivencia animal inagotable. Durante una época los nombró con nombres de cantantes; luego, con nombres o sobrenombres de mujeres de presidentes muertos. Sylvia Molloy se detiene en las zonas más entrañables del vínculo que mantenemos con los animales, tantas veces imperceptible bajo la niebla de la rutina, y escribe un catálogo luminoso de breves relatos inolvidables, siempre en buena compañía.
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S-3
Una mañana de 1968, Bette Howland se despierta y no sabe dónde está. Días atrás intentó quitarse la vida ingiriendo un frasco de pastillas para dormir. Estaba en el departamento de Saul Bellow, con quien tuvo un breve romance que terminaría convirtiéndose en una entrañable amistad durante más de cuarenta años. Como tantas mujeres a lo largo de la historia, Howland se sintió abrumada frente a la crianza, prácticamente sola, de dos niños pequeños, una serie de trabajos precarios, un catálogo de mudanzas y la imposibilidad de tener un cuarto propio en donde poder dedicarse a la escritura. S-3 es una radiografía contundente de la sala psiquiátrica en la que la escritora pasó una temporada. Allí aprendió a convivir con médicos residentes que pocas veces la escuchaban, muchas menos la comprendían, y con otros pacientes con los que rápidamente se sintió unida por una suerte de eslabón común, todos querían terminar con todo: con la mirada acusatoria de los demás, con los secretos familiares, con el peso de un mundo que por momentos se volvía un lugar injusto e inhabitable. Con una sensibilidad pocas veces vista, Howland indaga en los alcances y los límites de la locura y nos muestra que las fronteras son, por lo general, mucho menos nítidas de lo que pensábamos.
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Una música
Una novela atrapante que indaga en el vínculo padre-hijo, en los secretos familiares y también en la posibilidad de encontrar una grieta que permita no repetir la misma historia, una suerte de fuga.
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De cada quinientos un alma
El fin del mundo se aproxima. O al menos el fin de este mundo que habitamos. Un extraño virus hizo que las personas se vieran obligadas a no salir de sus hogares, pero Edgar Wilson no puede abandonar su trabajo: los animales muertos a los costados de la ruta son cada vez más y es su deber recolectarlos. Nada es como solía ser, el ambiente se vuelve cada vez más extraño y también los recorridos a los que Edgar Wilson está tan habituado. Hasta que un día se reencuentra con Bronco Gil y el exsacerdote Tomás, y una verdad devastadora, en la que están involucrados el Estado y las fuerzas militares, se les va a revelar. ¿Pero es acaso el fin del mundo consecuencia de una voluntad divina o es el destino inevitable de la violencia ecológica, el fanatismo religioso, el autoritarismo y la ambición desmedida? Ana Paula Maia articula ambas opciones con maestría sin dar nunca nada por hecho y construye un relato trepidante con una profusión de imágenes y situaciones tan impactantes como inolvidables.
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Introducción a la antifilosofía
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El desaparecido
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Yo el supremo
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Tu tiempo es hoy
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Texto y sus voces, El
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